martes, 2 de julio de 2013

Sao Paulo

Antón bajó del bus de un salto, la parada estaba cerca del hotel donde se alojaba y mirando de reojo a su alrededor se dirigió hacia allí. Con las manos metidas en los bolsillos y los hombros alzados hacia el cuello como un gesto de autoprotección, aceleró el paso entonando un silbidillo que pretendía ser una canción de moda.
Sintió un escalofrío, sólo había metido en la maleta ropa de verano, era el mes de Agosto ¡Por Dios¡ ¡Cómo iba a pensar que en Sao Paulo iba  a ser invierno, claro que no era como el invierno de su pueblo, allá en Zamora, éste era un invierno más bien “Light”,- “Como las coca colas”-Se dijo para sí riéndose de su propia gracia.
Llegó a la puerta del hotel, y se paró aprensivo, el portero de librea le miraba con gesto serio-“A ver si éste se va a pensar que soy un vagabundo”- Se acercó receloso, y masculló un saludo.-Bona Noite, señor-Le dijo el portero abriéndole la gran puerta de cristal.
Entró a la tenuemente iluminada recepción y se dirigió al bar, no había nadie en él, ni siquiera en la barra. Se sentó en uno de los taburetes y esperó que apareciera algún camarero- Cogió unos cuantos cacahuetes y empezó a comerlos metódicamente. Rompía la cáscara, sacaba todos los manís, les quitaba la piel, y después se los metía en la boca todos juntos. Mientras partía cacahuetes pensó agradecido en su madre, si no hubiera sido por ella no podría haber hecho este viaje.
Recordó la mañana en la que tuvo que ir al cementerio. Unos días atrás Jerónimo uno de los concejales del Ayuntamiento se había acercado a él en el Casino, y le había dicho que hacía diez años que su padre había muerto y que tenía que decidir que hacer con el cuerpo, si enterrarle en una tumba perpetua o incinerarle.
La verdad es que Antón no había pensado en eso nunca, ni cuando murió su padre ni cuando lo hizo su madre, tres años después. Se fue a su casa con el pensamiento metido dentro de la cabeza y a la mañana siguiente se acercó al Ayuntamiento para comprar la sepultura, así sus padres podrían descansar juntos.
Y allí estaba esa mañana, mirando como los empleados del cementerio subían el ataúd de su padre, lo abrían y le decían que se acercara para reconocer el cuerpo. SE acercó, pero no pudo reconocerlo, sólo eran jirones de ropa y huesos.
Se había retirado un poco  dejando a los enterradores hacer su trabajo, cuando uno de ellos se acercó y le dijo que habían encontrado un paquete entre los huesos. Antón miró extrañado el paquete que le entregó  y no lo abrió hasta llegar a su casa.
Allí abrió el paquete con mucho cuidado, el papel se rompía solo con mirarlo, debajo había una bolsa de plástico, la abrió y se quedó helado. Dentro de la bolsa había billetes, muchos billetes, muchísimos billetes, y todos eran de color morado. Los contó, eran 100 billetes.
Antón fue a hablar con el único del pueblo que sabía que no diría nada a nadie. El padre Joaquín le dijo que tenía que ir a la capital, al Banco de España para que se los cambiaran.
Cuando salió del Banco de España, con los euros relucientes de puro nuevos, le quemaban en el bolsillo. Subió por la calle Alcalá dirección a la Puerta del Sol, el único camino que conocía, lo había hecho al contrario desde el hostal donde se hospedaba, y antes de llegar al punto 0 había entrado en una agencia de viajes y comprado un paquete turístico que le llevaría a Brasil.
Prefería no recordar el viaje en avión y no pensar que a la vuelta le esperaba el mismo número de horas de viaje.
Apareció un camarero que se acercó a él, y sonriendo le preguntó algo en portugués, Antón imaginó que le estaba preguntando que quería tomar y le pidió un vino.
-Disculpe, el señor es español-le preguntó el camarero.
-Si, si, soy español-le dijo Antón agradecido de poder entender algo.
-Perdone el atrevimiento, pero.... no le gustaría tomar algo más... brasileiro señor?-le dijo el sonriente camarero.
-Eh, pues no se; no se que es más brasileiro- contestó Antón.
-Un cóctel, señor, por ejemplo ,hay uno especial para caballeros como usted.
-¿Qué quiere decir como yo? Le dijo Antón un poco mosqueado.
-Un caballero solitario- contestó el camarero guiñándole el ojo- Para los caballeros solitarios, el mejor cóctel es el Tropical Summer.
-¿Y eso que es, que es lo que lleva?
-Pues lleva Malibú, crema de leche, hielo y el ingrediente mágico, señor, zumo de maracuyá.
Al ver la cara de sorpresa de Antón, el camarero le explicó- El maracuyá, señor es la fruta de la pasión. Gracias a él, usted verá el mundo de una forma diferente. Enseguida se lo traigo.
Y antes de que Antón pudiera negarse salió disparado hacia el interior. Cuando ya estaba cansado de esperar y también un poco asustado, en la barra apareció una mujer con un cóctel en la mano. Se acercó meneando las caderas de una forma sorprendente y depositó la copa delante de Antón.
-Buona noite Senhor; Seu copa- La voz de la mujer acarició los sentidos de Antón que con la boca abierta, no podía quitar sus ojos de ella.
Antón se tomó el cóctel y luego otro más, y mientras la mujer le acariciaba con sus palabras, Antón no necesitaba traductor, y además le daba igual lo que le estuviera diciendo, seguro que tenía razón.
Después de perder la cuenta de los cócteles bebidos, Antón abrió los ojos y se vio abrazado a la mujer, bailando en la pista del bar del hotel, no sabía lo que bailaba solo que era con ella.

Quince días más tarde, el padre Joaquín recibió una postal con un matasellos de Brasil, en la postal solo decía- Padre Joaquín, le envío mi dirección en Sao Paulo, hágame usted el favor de decir en el Ayuntamiento que a mi madre quiero que la entierren junto a mi padre.